viernes, 5 de marzo de 2010

SESENTA AÑOS DE ZOZOBRA


SESENTA AÑOS DE ZOZOBRA
(Crónica-poema, del paraíso negado)

Era el esplendor de los años cuarenta.
El hombre apegado al campo
subía las montañas a lomo de mula,
sembraba y recolectaba a mano.

Con gran sentido del trabajo colectivo
lograba las cosechas más fecundas,
y con el auge cafetero del país,
bajo una atmósfera de tranquilidad y cordura
veía nacer la industria y las fábricas textiles,
vislumbraba el futuro más prominente.

El café –producto nacional por excelencia–
ganaba un orden maduro y progresista,
los pequeños productores ayudaban a convertir
al hombre cafetero, en prudente y moderado.

En un estado de sosiego y de gracia,
cuando se comenzaba a recoger los frutos
de una particular estabilidad económica,
de forma progresiva brotaba la violencia,
la que más tarde –en una sociedad dominada
cada vez más por los mecanismos oscuros
y por una oligarquía salvaje, insaciable
daría origen a la más extensa época de crueldad.

Jorge Eliécer Gaitán,
quien gozaba de gran prestigio popular
y amenazaba el “orden establecido”,
cayó abatido a balas, y su muerte
causó el estupor de todo un pueblo.

Estalló El Bogotazo
y la violencia se fue para el campo.

La diferencia había comenzado entre liberales y conservadores,
dando como resultado el odio de clases,
que luego tomó el carácter de lucha social
y extendida por todo el territorio,
provocó el desplazamiento de aldeanos y proletarios.

Se desarrollaron las primeras células guerrilleras
y las denominadas bandas criminales.

En las zonas rurales, los bandos organizados por los godos,
ya estaban sembrando el terror
y el odio contenido por los campesinos explotó.

El gobierno enviaba policías y soldados
a cortar testículos, a abrir los vientres de mujeres embarazadas,
bajo la consigna de “no dejar ni la semilla”.

Los jefes liberales, sin perder su compostura,
permanecían recluidos en sus aposentos
y dado el caso viajaban al exilio
o se refugiaban en las montañas
para proteger sus vidas.

La intolerancia alcanzó el tope más alto,
surgieron los nuevos estilos de la muerte
crecieron las quemas, las violaciones y los saqueos:
los hombres eran quemados vivos
despellejados y cortados en pedazos.
El resentimiento y el terror sin límites
ya estaba establecido.

Izando las banderas de la revolución
aparecieron los primeros grupos armados,
los jefes guerrilleros impulsados por la fiebre de venganza
sin horizonte político definido,
se lanzaron a la destrucción y el exterminio.

En las montañas, lejos de la amenaza y la represión,
los campesinos organizaron el trabajo agrícola
y las autodefensas.

Las nominadas “Repúblicas independientes”
lograron ocupar y controlar gran parte del territorio,
alcanzaron un gran poderío militar
gracias al florecimiento de una nueva industria:
la industria ilegal de las drogas y el secuestro.

Nuestro país, ante los ojos del mundo,
de ser conocido como el mayor productor de café arábigo
–el más suave y apetecido del mundo–
paso a ser conocido como el primer productor mundial de cocaína.

Bajo la mirada permisiva del gobierno,
el tráfico ilegal de drogas
le dio a muchos una enorme capacidad corruptiva
y tocó a todos los estratos sociales.

Dirigentes y empleados del estado
fueron seducidos por el espejismo del dinero ilícito,
y los que no cedían ante la tentación
eran alcanzados por las balas de la mafia.

La participación de grupos paraestatales en el negocio ilegal
cambio las reglas de la lucha armada,
y le dio paso a la más humillante época
de descomposición social, que nos tocó vivir,
y nos privó de cualquier forma de emancipación.

Ahora,
con una democracia sin créditos,
sesenta años de zozobra
y miles de cicatrices imborrables,
se intentan cambiar por contienda política.

Se intenta cambiar la violencia y los fusiles
por el sueño de pagar la deuda social:
más de diez millones de labriegos en la extrema pobreza
y una patria que ocupa los primeros puestos
entre los países  más desiguales del mundo.

Ahora
con la luz del alba se espera la paz,
ya está en la garganta de “la vara de hierro”...
el esplendor va a llegar.



*****

YERROS 

1

Somos blanco de nuestros propios yerros,

yerros que caen como lluvia transparente

en el templo oscuro de la memoria.

Colorean los sentimientos malos

los amores flacos y espinosos,

las puertas que se abren y las que se cierran.

Los yerros cortan el tiempo entre la vida

y la muerte, ahogan la conciencia,

nos impiden llegar hasta la cumbre.

 

2

Entre espacios y visiones precarias

prevalece la mentira,

el hombre se hace su cómplice

se deja plagar de su desdén.

 

Cada quisque saca su antifaz

con el metro de su falacia,

y todos andan al acecho

entre amenazas y dientes afilados.

 

3

Me duelen las carnicerías

las huesas comunes

los grillos y las cadenas.

 

Los deseos oscuros

que seducen al hombre,

los tejemanejes,

la distracción demagógica

y la fantasía democrática.

 

Sudo mis dolores,

me enfrento al poder oscuro

y a las falsas doctrinas.

 

Mis armas, las palabras,

moldean el pensamiento

y resisten el acento feral.

 


INDI-GENTES


Con ojos de gallo en los pies,

vestidos con harapos de abandono

andan y desandan las calles.

 

En las bolsas oscuras,

donde el hombre de prestigio

esconde la verdad,

donde deja las escorias

rebuscan el sustento.

 

No conocen el cielo raso

no tienen Dios...

nadie los espera.

 

En las escalinatas

mordidos por el hambre,

tirados sobre espumas de cartón

esperan la lumbre que los redime.

 


A MI TAMBIÉN ME MATARON

 

Estoy muerto en vida

entre muchos que murieron...

con mi pulso tenso empuño mi cálamo

y con las alas de la inspiración

con mi bastión de palabras

me levanto de las escombreras.

 

 

SOÑADOR

 

Como islas expulsadas

por las fuerzas erosivas,

nazco de las ondas.

 

Mi alma, esencia indefinida,

vive el sueño del pensamiento aéreo.

 

Y ante la ensoñación, como Ícaro,

en el eterno instante de su vuelo,

siento el placer de subir

y el vértigo de bajar.

 

En el espacio mítico,

entre los héroes de la fantasía

todo prevalece y se encumbra.



©Eder Navarro Márquez