lunes, 23 de noviembre de 2015

NAVARRATIVA - MIL MICROHISTORIAS


CAÑO CRISTALES

Detrás de los más antiguos tepuyes de la sierra de la Macarena, un arcoíris derretido le dio origen a Caño Cristales: "El río más hermoso del mundo". Recorro su ribera y sus aguas límpidas me dejan ver la arena, las piedras cubiertas con musgos, las algas de color: amarillo, azul, verde, rojo y negro; el contraste impresionante y las hermosas formaciones rocosas de su lecho, con grandes túneles y una pletórica vegetación endémica que se renueva ante mis ojos. El fulgor de las imágenes vivas me devuelve los anhelos y me veo en el paraíso… asombrado por la poesía visual de mi terruño encantado.



LOS HIJOS DEL DELFÍN ROSADO

En la ribera del río Amazonas –bajo el plenilunio– cuando hay fiesta en la región, el delfín rosado sale de las aguas. Toma formas humanas, y vestido de blanco, con paso lento y movimiento sensual, se pasea por las calles seduciendo a las muchachas más bellas en estado de fertilidad que quedan prendadas por su figura varonil. Hasta que alguna de ellas lo lleva hasta su lecho y después de hacerla disfrutar de una indescriptible noche de amor, sin mediar palabras –porque no sabe hablar– sale antes de nacer el sol y regresa al río, y con su cuerpo reluciente sigue nadando y saltando... y en el mínimo instante que queda suspendido en el aire, es otro pájaro que vuela hacia el infinito. Se dice que se ha ganado la enemistad de los hombres que intentan acabarlo y le atribuyen la paternidad de todos los jóvenes sin padres que, con paso gracioso ambulan por las calles, presumiendo ser artistas.



RETORNO A MACONDO

Aracataca, sol de mayo de 2007

Viajando a través de su propio sueño, en el tren amarillo de Macondo, iba nuestro escritor más laureado para reencontrarse con su terruño. Deslumbrado por el sol de mayo que irisaba el paisaje de su gente, con una nostalgia trasparente se acercaba entre el jolgorio y los halagos de una muchedumbre apostada en ambas orillas del camino. Y al terminar su viaje de ensueños, con su noble corazón inflamado de alegría, desembarcó del viejo tren, y entre aplausos caídos a porrillo, en medio de un ambiente cortesano, rodeado por toda su gente, volvió a respirar su aire macondiano, donde crece otro cielo mágico, eterno e infinito. 


LUNA

Luna soñaba con conocer el mar. Por eso después de un apretado año de trabajo lleno de privaciones y de sueños, no dudó un instante en sacar sus ahorros para cristalizar su fantasía. Con el entusiasmo de una joven emprendedora que no aparenta ser una coqueta incorregible ni una cabeza hueca para alcanzar sus ideales, alistó maletas, se despidió del Señor Caído de Monserrate y partió hacia el corralito de piedras.

    Atrás dejaba  la tierna frigidez de la Meseta y poco a poco iba sintiendo el ardiente y alegre calor de la Costa. En el extenso y extenuante, pero agradable recorrido, guardaba en la memoria la atractiva diversidad de su paisaje. Y al llegar, caminó hacia su destino y se encontró con el especioso Mar que la esperaba con los brazos abiertos, cruzaron sus miradas y quedaron hechizados.

    La noche se extendía con la blanca luz del plenilunio, las ondinas le abrían las puertas de su lecho cristalino tapizado con las perlas del Mar. El viento besaba sus oídos con su murmullo de amor. Con paso sensual, sus pies descalzos dejaban huellas de luz sobre el polvo marino... respiró el aroma festivo del mar y quedó subyugada; extasiada se lanzó a sus brazos, las perlas saltaron para tocar su belleza… y el Mar se la tragó.



LA MUERTE DE LOS GIGANTES MILENARIOS

Aquí, en este lugar donde nacieron y deslumbraron con su verdor, con su arborescencia y su imponente estatura, los baobabs más grandes y antiguos se están muriendo de sed y se extinguen por las sequías agudas y crecientes que azotan a la región austral del continente africano. Estos árboles de tronco grueso, flores efímeras y frutos carnosos de distintas formas que reinaron en las sabanas africanas; por su aura misteriosa y carácter sagrado, son adorados por los pueblos africanos. Y aunque prevalezcan en el paisaje literario universal, bajo la pluma de Saint Exupéry, por la preocupación de El Principito, que buscaba a toda costa impedir que invadieran y destruyeran su hogar, el asteroide B-612, su pérdida presagia un mañana sin ellos y manifiesta el efecto devastador del calentamiento global y el deshielo de los glaciales, para la vida en este planeta. Y sólo nosotros, en este momento, aunque no podamos evitar las sequías ni los cambios drásticos del clima, podemos hacer conciencia, idear mecanismos para la conservación del medio ambiente, cuidar nuestros recursos, para asegurar que los “Árboles Mágicos” o “Árboles de la Vida” persistan por miles de años en la Tierra y en el pequeño astro de El Principito.



POESÍA VALLENATA

Cuando suena en Valledupar un acordeón, se escucha desde Riohacha hasta Leticia con amor y toda Colombia canta con emoción, los aires musicales de nuestro folclor. Se abren los fuelles, los juglares le cantan a Colombia un himno de paz, y el sentimiento que nace del corazón, rueda por la tierra llevando felicidad. El pueblo vive y siente las canciones, su ritmo levanta y sostiene la armonía, surca el horizonte y calla los ruidos desoladores. Y el sentimiento expresado por un vallenato, como los astros, resalta en el cielo complacido.


EL PIANO EN ARPA

Laura se sienta al piano, sus dedos galopan sobre las teclas, con el tesón de la gente que somete a los elementos. Emulando al arpa típica del llano, el ébano y el marfil, transcriben, captan la ebullición que su juventud pone sobre las teclas. Su maestría domina el instrumento, como si fuese un solípedo, que se hace manso, obediente, al punto y al contra punto. No es fácil convertir el piano en arpa, el instrumento no se acomoda. Pulsa y pulsa, saca la eufonía, convence al piano que tome la parte rítmica, difícil en la música llanera.


JAZZ

Mezclada en partes iguales, entre alta cultura, heroína y cachos de mariguana, una legión de artistas Afroamericanos, fundo la Osa de estrellas negras. Era dinamita de negros frente al orden odioso. Nació entre toneles de güisqui y el humo del cannabis. Tomó cuerpo en los lupanares, donde deslumbraba con su melodía sincopada. De las barriadas infelices caminó hacia la gloria, solfeando cantos de sirena, encantando ciudades, adormeciendo el odio. Inspiró cobres, azotó baterías, con pellizco de monja pulsó contrabajos, devolvió la humillación en belleza.




ALMAS DE COLOR

Luchan contra la indiferencia, contra el silencio. Sueñan con ser estrellas, mientras bailan al son del currulao. La brisa violenta desata el polvorín, y entre la esperanza mentida, bajo el yugo que secuestra el pensamiento, envueltos en una concertada fiesta de intrigas, siguen soñando los bailantes. Con sentido inverso a los brazos del reloj, como queriendo retener el tiempo; se mueven sobre la tierra desnuda.


ASCENSIÓN

Cogidos de la mano van los dos amantes. El viento sopla fuerte, quiere derribarlos, arrastrarlos, separarlos. Pero ellos se abrazan, se funden en un beso y con la fuerza del amor lo vencen. Observo la imagen en el extenso mundo de la ensoñación,  comienzan  a elevarse, y como dos ángeles en los primeros intentos de vuelo, logran ganar altura, miro su ascensión, hasta que ya no puedo verlos.

Microrrelato publicado en la Antología "Porciones del alma" de Diversidad Literaria. Madrid.


POZO DE MAJAGUAL

Antaño pozo de Majagual, de tus albores ya no queda ni el polvo de agua, seco está tu manantial. Tus aguas se las llevó el estío y tus dulces perlas de cristal: sólo bañan recuerdos lejanos. Pero no todo lo borra el olvido, los nenúfares que embellecieron nuestros albores, siguen floreciendo en el pozo cristalino de la memoria.


EL GUACARÍ

Dicen que es un regalo de amor traído desde muy lejos. Su follaje es una ramificación de tallos robustos de donde brotan miles de hojas de diferentes tonalidades del verde incesante de la naturaleza glauca, donde se anidan los pájaros cantores de la región que despiertan y armonizan con su canto melodioso, todo a su alrededor. Su sombra, con más de setenta metros de diámetro,  acoge a las parejas que sueñan y se prometen amor eterno bajo sus ramas, y a los visitantes, nativos y viajeros de todos los rincones del mundo. Tiene más de cuarenta años de haber sido plantado en la finca Alejandría, vereda Callo de la Cruz, kilómetro 38 de la vía El Viajano-San Marcos. Se dice que en las noches azules,  los luceros y la luna se reposan en la fronda majestuosa de este árbol mítico que se llena de arborescencia. Es como una gran fuente castalia de donde brotan historias fabulosas y ensueños milenarios. Todos lo llaman "El árbol de San Marcos" o "El árbol más bello del mundo". Es custodiado por el silencio y bañado por el sereno de la ausencia. Los miles de ojos que han pasado y lo han mirado, van contando su propia historia.



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CUENTO LARGO

LA TRISTE HISTORIA DE MI VIDA MÍSERA

Me desperté al sentir el ruido silencioso de la alarma natural que programé en mi mente, justo a las seis en punto. Estiré mis extremidades y las recogí con un gesto de pereza, me sobé la espalda tratando de calmar un leve dolor causado por la incómoda forma de dormir y el duro petate de mi cama ancha, donde duermo como un lobo, sin escuchar siquiera un suspiro ni un tiro de besos. Los primeros rayos de nuestra fuente de luz penetraban por las ranuras de las tablas carcomidas que hacen las veces de pared de la humilde pieza que pude levantar en  un barrio de invasión, con retazos de madera y dos láminas de zinc que me regaló un político en las elecciones pasadas.
     Me levanté con la cabeza pesada y la garganta reseca, tomé toda el agua que encontré en un vaso apartado en un rincón, para aliviar un poco el guayabo ocasionado por la pea de la noche anterior. Salí de la habitación, cogí medio balde de agua y una totuma, y me metí en mi baño de cartón, agarré la última capita de jabón que me quedaba y me pegué una  remojada. Volví a la habitación, escogí entre las tres muditas de ropa que tenía, la que estaba menos percudida; no me había quedado tiempo para darles una buena lavada; rebusque en los bolsillos para ver si encontraba una moneda, pero estaban más limpios que la pepa de una guama, no me quedaba ni pa’l hielo, ni pa’la mototaxi. Me peiné rápidamente sin mirarme en el pedazo de espejo, tirado boca bajo en la tierra. No quería ver la languidez de mi rostro demacrado, mis ojeras que ya son permanentes, ni mi aspecto de loco. Aspirando el aire de miseria que rodea mi morada, cogí mi caja de embolar, revisé que todo estuviera en orden, me eché la bendición y salí a camellar.
     Saludé a los vecinos con mi simpatía natural y me dirigí a mi oficina una de las bancas del parque principal de la ciudad. Después de un largo recorrido en el carrito de “Nando”, llegué a mi destino. Los habitantes habituales del parque, ya se encontraban disfrutando del fresco acogedor de la mañana, bajo la fronda de los árboles, donde habitan aves y una familia de perezosos que hacen parte del paisaje natural. Otros compañeros de rebusque ya estaban armando su trampa, “como ellos mismos dicen”: los chaceros, los vendedores de minutos, los tinteros, el culebrero, las prepago y el señor que vende los libros piratas, entre otros. Me dirigí a mi puesto de trabajo, saludé a todos.
     ¿Hola, mello, ¿Cómo amaneciste?
Todos, en sus puestos de trabajo, ventilaban los últimos  chismes del día, que corrían de banca en banca: cuántos muñecos aparecieron, a quién robaron, quien amaneció ganao, cuánto están dando por el voto, entre otros temas.
    Listo, en mi lugar de trabajo, pasaron algunos minutos y apareció mi primer cliente.
     Hola, Mello, ¿Cómo vas?
     Todo bien, todo bacano le contesté. Se sentó y me dijo:
     ¿Cuánto vale la embolada?
     ¡Mil pesitos patrón!
     Déjala en ochocientos, que la vaina está delgadita.
     –¡Pagó! le contesté.
Saque los implementos de trabajo y comencé a lustrar sus zapatos; después de unos segundos de silencio me dijo:
     Ajá Mello, ¿y por quien vas a votar?
 Le contesté, en forma jocosa:
por name… name cincuenta.
Enseguida replicó:
     – pero eso es vender la conciencia.
     – Lo  venda o no lo venda, para mí, es lo mismo, -le dije-.
Nunca pasa nada, no se ve el progreso y nuestra miseria sigue en aumento, esos manes no hacen nada, hasta el último día los ve uno saludando afectuosamente con su repertorio de mentiras y promesas ofreciendo solución para todo, pero después de la cosecha electoral, sólo los podemos ver de lejitos, salen  los fines de semana, en sus carros de lujo, para la playa o para sus fincas en las afueras de la ciudad, a disfrutar lo que se han ganado, según ellos, por su buena gestión de gobierno, mientras el pueblo sigue sumergido en la más preocupante problemática social.
    En parte tienes razón, me manifestó . Pero tenemos que elegir el menos malo. “Tocará adivinar cuál es el menos malo”, pensé para mí, al tiempo que terminaba de brillar sus zapatos.
     – Listo, vale ¡mía! le expresé.
     Sacó cuatro monedas de doscientos pesos, me las dio y dijo:
     Nos pillamos y se fue.
Volví a acomodar todo en la caja de embolar, la coloqué a un lado y le dije a uno de mis compañeros:
     ¡Échale un ojito, ya vuelvo!
Salí a comprar un patacón, un pedazo de queso y un tinto. No era mi desayuno favorito, pero no había para más. Regresé, tomé mi desayuno y escuché el murmullo de las voces a mi alrededor, medité: “tengo que hacer dos o tres emboladas más para comprar un almuercito de mil quinientos pesos”. Por fortuna todavía en este pueblo, uno puede medio almorzar con mil quinientos pesos, y también dejar algo para completar la primera botella de changó del día.
    Como de costumbre, después del medio día o antes, dependiendo de cómo esté el rebusque, nos reunimos varios compañeros y amigos de parranda para tomarnos unos traguitos, que van aumentando de acuerdo a las ganancias del día. Así se nos pasa la tarde, entre el trabajo, los tragos, la mamadera de gallo, el llanto y las discusiones que se presentan por un trago o por otro motivo, que al fin no pasa a mayores. La puesta en escena del último montaje del grupo de teatro “Caránganos”, que casi todas las tardes deleitan al público con sus obras teatrales, hace más emotiva nuestra reunión etílica, animada por “El Daniela”, un catano del interior del país, de mediana estatura, escuálido, de rostro pálido que casi nunca se le ve sobrio y se la pasa cantando esa canción popular de Darío Gómez, o por “El Pacho”, un publicista mamador de ron, de contextura gruesa, tez morena y de aspecto chabacano, más conocido entre los amantes de las fiestas de corralejas, como "La tanga de oro", por ser él, el que en años anteriores hacía reír a todos con su personaje de mujer, que al despojarse de su vestido y tanga en mano salía corriendo en bolas por todo el centro del ruedo de las famosas corralejas del 20 de Enero, y por su habilidad para descomponer las canciones de Diomedes Díaz, de otros vallenatos de moda, y darles un sentido chistoso  y vulgar.
    A los ocho campanazos, ya a algunos de nosotros se nos ha borrado el cassette y quedamos tirados en las bancas del parque o salimos a pasear la mona por las calles aledañas a la catedral San Francisco de Asís. Algunos amigos que a veces  me han llamado para darme un consejo, que me entra por un oído y me sale por el otro, me han dicho que me han visto llegar después de las diez de la noche, hasta el amplio corredor de un local comercial, donde se pone el vendedor de pasteles. Es cierto, después de haber comido un poco de repelo que me dan algunos clientes, me acuesto en el piso con mi caja de embolar como almohada, para reposar la pea. Muchas veces, después  de haber dormido un rato, me despierto pasada la media noche, me paro, me sacudo y nuevamente, en el carrito de “Nando” me dirijo a mi mansión.
     Ya con mi mente un poco suelta y bajo la inmensa noche, pienso en voz alta:
     ¡Nojodaaa… estoy jodido, todos los días es la misma mierda! Estoy hundido hasta el cuello en la miseria, pero no se me da por alzar un dedo para mejorar mi condición de vida, no valgo un peso.
    Y como cuidado por el diablo, llego a mi triste y desolada morada, me tiro en mi cama ancha, para descansar un rato, hasta escuchar nuevamente el ruido silencioso de mi alarma natural.

Luz de abril de 2010


Eder Navarro Márquez